Hoy se cumplen 34 años de las primeras elecciones
municipales democráticas, después de cuarenta años de dictadura. Acudían a
aquellas elecciones personas de muy diversos ámbitos, niveles culturales,
políticos y profesionales, con una característica común: la ilusión por poder
participar en unas elecciones libres, por poder opinar, discutir y ejercer la
ciudadanía de forma libre y a pesar a de los temores a un retroceso
democrático, que durante años persiguieron a aquellos/as pioneros/as de la
democracia.
Porque debemos recordar que en el año 1979 aún no
estaba consolidada la frágil democracia española, nos quedaría un largo camino
hasta la aceptación por parte de sectores muy importantes de la sociedad del
sistema democrático, como el garante de la libertad y la prosperidad
social y económica del país.
Todo el mundo tenía su visión de la sociedad y la
política y todo el mundo pretendía influir en la gobernabilidad de unos
ayuntamientos, que se habían convertido durante la dictadura en verdaderos
cortijos privados de los caciques locales, y que distaban mucho del nivel de
otras administraciones en nuestro entorno.
Con esa ilusión, con la falta de medios, la falta de
formación, la preocupación por hacerlo bien y no defraudar o traicionar la confianza y dedicando mucho tiempo, aquellos/as pioneros/as democráticos/as
pusieron en marcha los ayuntamientos democráticos. Algunos/as se vieron
sentados/as en las corporaciones con enemigos o represores del pasado, pero
con la esperanza de que los enfrentamientos, persecuciones y muertes del
pasado, se transformasen en sesudas discusiones políticas. En definitiva,
pusieron en marcha una nueva manera de participación, movilización y ejercicio
de los derechos y libertades constitucionales, al alcance de todo el mundo.
Con la perspectiva de los años, podemos hacer un
balance muy positivo en cuanto al servicio prestado por los Ayuntamientos en el
progreso social, la cobertura de necesidades de las personas más necesitadas y
la extraordinaria labor de los/as concejales/as como primera administración y
más próxima a la ciudadanía.
Debemos poner en valor la labor de miles de personas,
concejales/as, que han sacrificado parte de su tiempo, de sus vidas, para hacer
un servicio esencial y básico al conjunto de la sociedad de forma honrada,
desinteresada y diligente. En estos tiempos en los que se pone en cuestión la
labor de lo que muchos/as erróneamente llaman “clase política” y que otros/as
utilizan como argumento para amputar las competencias de las administraciones
locales, deben surgir voces que reivindiquen la figura del político honesto y
honrado, que en este país representan y han representado los/as concejales/as.
Como en todos los aspectos de la vida ha habido, hay y
habrá frutos podridos que manchan, perjudican y enturbian la gran labor
desempeñada por la inmensa mayoría. Ello no debe llevarnos al error de
generalizar el mal o el daño, que unos/as pocos/as con intereses particulares
alejados del interés común, llevan a cabo con sus actos delictivos o corruptos,
quebrantando la confianza depositada por la ciudadanía y por los partidos en
sus personas.
Evidentemente se hacen necesarios nuevos mecanismos de
control, sanción y limpieza de la vida política y de los/as servidores/as
públicos/as, nadie lo pone en duda. Pero no debemos poner en riesgo la
existencia de las administraciones locales por motivos ideológicos, no debemos
considerarlas las hermanas pequeñas a las que hay que tutelar o castigar, si no
que hemos de verlas como el termómetro de la sociedad, como la vanguardia de la
administración en su relación con la ciudadanía.
Felicidades a todas las personas que han participado y
participan en las corporaciones locales, por su trabajo a las personas honradas,
responsables y diligentes. Especialmente para aquellas personas que
participaron en las primeras corporaciones democráticas, en cualquier país del
mundo recibiríais el reconocimiento y el respeto que aquí tantas veces os
negamos.
No podemos olvidarnos de los/as verdaderos/as
héroes/heroínas de la democracia, todos/as y cada uno/a de los/as concejales/as
asesinados por el terrorismo excluyente, totalitario y antidemocrático. Porque
cada víctima de esa barbarie, lo fue en nombre de la democracia, porque fueron
asesinados sin haber cometido ningún acto que justificase la más mínima
violencia contra ellas. Por ello, el mayor de los reconocimientos porque han
pagado el precio más caro que se puede pagar por defender la libertad y la
democracia de las que hoy disfrutamos.
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