miércoles, 10 de abril de 2013

Recuerdos de mi Güela Ana



Faltaban unas horas para amanecer aquel frío y lluvioso diez de Abril de 2008, cuando sonó en mi teléfono “Chalaneru”. El día había llegado, mi hermana me anunciaba la muerte de mi güela Ana, tras unos meses difíciles y crueles de enfermedad injusta e innecesaria, preludio de la muerte, como un mal colofón a noventa años de trabajo y esfuerzo.

Fue mi güela Ana una mujer de carácter, peleona, pícara y con unas ganas de vivir la vida, divertirse y jugar a las cartas como nadie. No cumplía el estereotipo de abuela tranquila, quieta y sosegada y ello la hacía única. Nació en una familia de nueve hermanos en el año 1917, pronto se quedó huérfana de padre y su madre María, la matriarca de la saga Zarabanda tuvo que pelear para sacar a aquellos hijos adelante, con las dificultades que entrañaba en aquella época para una mujer sola. En esos años difíciles forjó el carácter que le llegaría hasta el último día. Sobrevivieron gracias al esfuerzo de su madre con una panadería, un salón de baile y el trabajo de maestra de María.

Contaba mi güela cómo un día que iban a Arnao en el pueblo de Las Chavolas, vieron a lo lejos un grupo de mozos de Naveces que regresaban de Cuba, entre los que venía mi güelo Urbano, hecho que alegró sobremanera a mi güela. Con diecisiete años se casó con mi güelo Urbano y a los pocos meses nació mi primer tío, corría el año 1934.

  Mi güelo militante socialista y ugetista como tantos españoles se vio envuelto en los acontecimientos revolucionarios de Asturias, regresando a casa tras el fracaso y la represión de los generales que dos años después darían el golpe de Estado: Franco y Mola. Recordaba también mi güela cómo había entregado mi güelo las armas que poseía, por medio de un conocido.
Cuando estalla la Guerra Civil mi güelo abandona Naveces y se pone al servicio del Gobierno, en esos primeros momentos le llega la noticia a mi güela de que mi güelo está herido en Cangas de Onís y en situación crítica. En compañía de una cuñada y con un niño de 2 años y otra de meses, emprende la marcha caminando hacia Cangas de Onís y no se detendrán hasta comprobar que mi güelo había sobrevivido. Este es uno de los episodios que demuestra el coraje y la fuerza de esta persona única que era mi güela Ana.

Después vendría el paso por el campo de concentración de “La Vidriera” de mi güelo y cómo acudía semanalmente a llevarle mudas, mientras estuvo preso. Una vez fuera, como tantos otros perdedores de la guerra mi güelo retomó el trabajo en la Real Compañía y comenzaron a tener hijos-as, hasta trece sumaron.

De aquellos años tenía el recuerdo de haber encontrado en Avilés en plena calle una cartera con un montón de dinero y con la picaresca de aquellos tiempos, como se la había llevado a casa y tras hablarlo con mi güelo y a pesar de las estrecheces que pasaban, decidieron devolverla a la policía. Acudieron a entregar en persona a la propietaria su cartera y mi güela esperaba que aquella mujer tuviera en consideración el detalle y les premiase con alguna perra, sin embargo con unas gracias, casi perdonándoles la vida, dio por pagado el favor.

Otro recuerdo de mi güela fue como desde el Régimen se trataba de potenciar la protección a las familias numerosas y se ofrecían casas de forma gratuita para ellos. Llegado el momento y al contrario que otros familiares y conocidos, renunciaron a esa “concesión” del régimen, porque sus principios les obligaban a ello. Vivieron pues, siempre de alquiler en una vieja casa con dos habitaciones, una sala, una cocina y un pequeño baño, sin agua corriente.

De los años de mi primera infancia recuerdo aquella vieja casa y las esfoyanzas que se hacían delante, los bailes, las comidas en romerías y navidades, siempre multitudinarias por el gran número de familiares y allegados que nos juntábamos. Siempre había un plato para cualquiera que llegase.

Tras la muerte de mi güelo en 1989, mi güela Ana y mi tía Cuca se vienen con mis padres, mi hermana y yo en nuestro traslado de Naveces a Piedras Blancas, donde ya permanecerá hasta su muerte. Fueron veintiocho años de convivencia diaria, de aventuras y risas, que no cambiaría por nada del mundo.

Podría escribir un diccionario con los vocablos o un libro con todas y cada una de las anécdotas vividas. Como cuando veíamos la televisión y comentaba con los personajes de las películas o discutía con los contertulios (costumbre esta que he heredado), o como andaba siempre con una baraja en el bolso, siempre dispuesta a jugar, igual daba tute, chinchón o brisca.

Nos causó sorpresa al principio cuando acudió por vez primera a un local de las monjas en Piedras Blancas, dado que si algo la caracterizaba era su más absoluto pasotismo ante el hecho religioso. Pronto descubrimos que a lo largo de la tarde además de tejer unas mantas de diversos colores y formas, que muchos/as guardamos de recuerdo, jugaban a las cartas y posteriormente rezaban. Sin duda era una imagen cómica, pasar por el bajo y ver todas aquellas abuelas rezando y a mi güela moviendo los labios o mirando para fuera a ver a quién veía para salir huyendo, según ella era el precio que tenía que pagar por una tarde de risas y juego de cartas.

Son muchos los recuerdos, como cuando en aquellos años mozos íbamos a pañar manzana a Villaviciosa para sacarnos unas pesetas y salir de fiesta y como mi güela con ochenta años madrugaba conmigo a las siete de la mañana, venía de viaje y pañaba manzanas como los demás. Entre risas por su habilidad y afición por camuflar las manzanas de mingán y las peras de agua, siempre que íbamos a una pumarada que tenía estos dos tipos de fruta, que a ella le parecían un tesoro.

Para el recuerdo quedan ya aquellas imágenes de su noventa cumpleaños, cuando las tomé en el pasillo de casa con su ramo de rosas rojas, como a ella le gustaban, presagiando que aquellas fotos que le hacía, quizás serían las de su último cumpleaños, tal y como meses después sucedió.

Otra anécdota era cuando visitábamos a un/a enfermo/a en situación muy delicada (ya que siempre solía ser yo quien acompañaba a mi güela en las diversas aventuras) y en el momento que mi güela decía “este/a ta apunto”, daba igual que la medicina dijese una cosa y otra que en cuestión de días fallecía. De este “don” para predecir la muerte su preocupación los días antes de morir porque pasara el sábado doce a Abril, que era cuando nos casábamos y no quería que su muerte empañase una boda discreta e íntima que habíamos planeado. Preguntaba una vez y otra cuánto faltaba para el sábado y decía que quería que llegase, para así poder descansar. El sábado nunca llegó y aquel jueves descansó por fin.

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